
En esta historia había una mujer que sufría por un continuo flujo de sangre por 12 años. Buscando ayuda y gastando todos sus recursos en médicos. La enfermedad que tenía la mujer era incurable, y hasta la había llevado a la bancarrota económica. No sólo eso sino que, por la naturaleza de su enfermedad, era considerada impura (no podía tocar a nadie, no podía asistir a la sinagoga, por ejemplo). Ella sentía temor por lo que estaba pasando, pero al ponerse en el camino de Jesús demostró la fuerza de su fe. Creía que el Señor podía curarla.
La fe es cuando en medio de la adversidad, la crisis o la enfermedad nos llenamos de valor y creemos que Dios tiene el poder de sanar, restaurar y suplir. Que por Su misericordia y su gracia nos va a rescatar, porque nuestro Señor es poderoso. Y nosotros, ¿tenemos fe como la mujer del flujo de sangre? En los versículos 45 al 47, Jesús pregunta quién lo tocó. Jesús permite que ella diga lo que pasó para que todos veamos el milagro y cómo una fe tan fuerte como la que ella tenía la sanó al instante.
El momento de fe no es cuando las cosas cambian afuera, sino cuando cambian en nuestro interior. Cuando cambiamos nuestra forma de pensar y confiamos en que el Señor lo hará. Jesús deseaba que ella comprendiera que no fue el contacto con el borde del manto lo que obró la cura, sino su fe en lo que él podía hacer por ella. De la misma manera, en el versículo 48 Jesús le dice “tu fe te ha sanado, puedes ir en paz”. Porque cuando tenemos nuestra fe puesta en Cristo, podemos también tener paz. Todo comienza en nuestro interior. Es la fe que cargamos en nuestro espíritu lo que puede calmar la tormenta interna y cambiar las circunstancias externas.
Verdad de la Semana:
Cambia tu interior.
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