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La Mesa de la Comunión

  • Foto del escritor: CDA Lares
    CDA Lares
  • 23 sept
  • 2 Min. de lectura
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“Partían el pan en sus casas y comían juntos con alegría y sinceridad de corazón, alabando a Dios y gozando del favor de todo el pueblo.” – Hechos 2:46-47

La mesa siempre ha sido importante en la Biblia. Jesús no solo predicaba desde montes y sinagogas; se sentaba a la mesa, partía el pan y compartía comidas con personas de todas clases. La iglesia primitiva continuó esta práctica, convirtiendo las mesas de sus hogares en altares de comunión. Cuando nos sentamos juntos a la mesa declaramos: perteneces aquí. La comida se convierte en algo más que sustento; se convierte en un símbolo de vida compartida. "Partir el pan" nos recuerda el cuerpo quebrantado de Cristo, entregado por todos nosotros.


La mesa nos iguala: ricos o pobres, fuertes o débiles, creyentes experimentados o buscadores, todos comemos el mismo pan y bebemos de la misma copa. Por eso la Santa Cena es tan importante; pero la comunión no debe existir sólo en ese acto, sino todos los dias. La verdadera koinonía no solo ocurre en las iglesias. Ocurre cuando invitamos a otros a nuestros hogares, cuando nos detenemos lo suficiente para escuchar de verdad, cuando compartimos lo que tenemos. Alrededor de la mesa, se derrumban muros, se abren corazones y la comunidad se fortalece.


Esta semana, piensa en tu mesa como un ministerio. ¿A quién podrías invitar a compartir una comida, o incluso un simple café? ¿A un amigo, a un vecino, o simplemente a alguien que se siente solo? La comunión no necesita ser elaborada o ensayada; simplemente necesita ser sincera. Incluso el café y el pan pueden volverse sagrados cuando se ofrecen con amor. Y cuando se reúnan, sean intencionales. Dejen de lado las distracciones, oren juntos, rían juntos, escuchen con atención. Recuerden que no solo están llenando estómagos, sino nutriendo almas.


Oración:

Señor, gracias por el don de la comunión con mis hermanos alrededor de la mesa. Enséñame a ver las comidas no sólo como alimento, sino como oportunidades para compartir tu amor. Ayúdame a abrir mi mesa a los demás, así como tú me invitas a la tuya a diario. Que mi hogar y mi corazón siempre tengan espacio para tu familia. Amén.

Verdad de la Semana:

Compartir tu mesa es compartir el amor de Jesús.




 
 
 

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