"No hagan nada por egoísmo o vanidad. Más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos, no buscando cada uno sus propios intereses, sino los intereses de los demás". – Filipenses 2:3-4
Vivimos en un mundo que fomenta el yo. Adondequiera que vayamos, somos bombardeados con mensajes que nos dicen que nos concentremos en nuestros deseos, nuestras metas y nuestra felicidad. El mundo llama a esto "cuidado personal", pero a menudo se convierte en egocentrismo. Esta mentalidad, aunque parece atractiva, sólo conduce al vacío y la insatisfacción. ¿Por qué? Porque cuando nos centramos completamente en nosotros mismos, estamos constantemente conscientes de lo que nos falta. En lugar de alegría, experimentamos frustración. En lugar de satisfacción, sentimos envidia. Pero esta no debe ser la mentalidad del Reino. Dios nos llama a algo más elevado, algo transformador. En Romanos 12:2, Pablo nos insta: “No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”. Esta transformación comienza cuando cambiamos nuestra mentalidad del egoísmo a la generosidad, de mirar hacia dentro a mirar hacia fuera.
Cuando nos centramos en los demás, atendiendo sus necesidades, aliviando sus cargas y compartiendo lo que tenemos, experimentamos un gozo profundo que las actividades egoístas nunca pueden proporcionar. La generosidad cambia nuestra perspectiva de la escasez a la abundancia. En lugar de obsesionarnos con lo que nos falta, comenzamos a ver cuánto tenemos para dar. Consideremos el ejemplo de Jesús. Él, siendo completamente Dios, tenía todo el derecho de exigir gloria y honor, pero “no estimó el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo” (Filipenses 2:6-7). Toda su misión fue una de amor desinteresado, derramando Su vida por nosotros. Si Cristo, el Rey de reyes, pudo humillarse para servir a los demás, ¿cuánto más deberíamos nosotros, sus seguidores, adoptar la misma mentalidad?
Cuando nos centramos en nuestras propias necesidades, nuestro corazón se encoge. Pero cuando abrimos nuestro corazón a las necesidades de los demás, nos alineamos con el corazón de Dios. La generosidad no se trata solo de dinero: se trata de tiempo, compasión, perdón y amor. Es elegir ver el dolor de los demás y hacer algo al respecto, incluso cuando nos cueste. Hoy, analicemos honestamente nuestro interior. ¿Estamos consumidos por lo que nos falta? ¿O estamos buscando formas de bendecir a los demás? La buena noticia es que Dios no sólo nos ordena ser generosos; nos capacita. Su Espíritu transforma nuestros corazones para que la generosidad no sea sólo una acción sino un estilo de vida. Rechacemos el egoísmo de este mundo y abracemos la alegría de la generosidad.
Verdad de la Semana:
Cubramos la necesidad de los demás como Cristo cubrió la nuestra.
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