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Así como Jesús estuvo dispuesto a entregar su vida y tomar nuestro lugar en la cruz, tenemos que también estar dispuestos a entregarle a Él nuestras vidas en rendición total – no por obligación – sino por agradecimiento del precio que Él pagó por nosotros.
Cuando hacemos esa decisión, ahí es cuando nos estamos crucificando juntamente con Él. El aceptar a Jesús es creer que estamos en necesidad de salvación, que solo Él lo puede hacer y que sólo por Su gracia la pudimos recibir. El ser crucificado con Él, es morir al “yo” en mi vida y vivir conforme a la fe. Al entregarnos a Él, nacemos de nuevo en el espíritu y recibimos la vida de Cristo en nosotros.
Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.- Gálatas 2:20 (RVR1960)
Entonces como hijos de Dios tenemos que entender que cuanto más perdamos (las cosas del mundo), en realidad, más ganamos. Y que cuando decidimos y nos esforzamos por vivir para agradar más a Dios cada día, entonces hemos entendido el verdadero sacrificio.
Verdad de la Semana:
Menos del mundo=Más de Dios