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Foto del escritorCDA Lares

No Cedas Terreno


El estanque de Betesda era un lugar especial. Se dice que cada cierto tiempo, un ángel descendía y agitaba el agua. La primera persona que entrara al agua luego de esto, quedaba sana de cualquier enfermedad. Por lo que era normal que muchos enfermos e impedidos llegaran a aquel lugar y acamparan allí. Esperando el momento en que el agua se agitara para ver si eran los primeros en llegar al estanque y recibir su milagro. Como era de esperarse, muchos no lo lograban a la primera. Y debían esperar a una próxima vez para ser sanados. Esto significaba que podrían estar allí por meses, o años.


Cuando Jesús llegó al lugar, se encontró con un hombre que había estado allí por 38 años. En el versículo 7 podemos ver la razón de tan larga espera: no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua se agita; y en lo que llego, otro baja antes que yo”. Este hombre había creído una verdad por 38 años: “no puedo hacer esto solo, necesito ayuda y no la tengo, así que ni siquiera lo voy a intentar”. Sólo puedo imaginarme cómo fueron esos 38 años para este hombre, y lo que posiblemente ocurrió para que desarrollara esa actitud.

Este hombre llegó con la esperanza de un milagro, pero pronto tuvo que aprender que su lento arrastrarse no era suficiente para conseguir su milagro. Otros siempre avanzaban más que él, y debía esperar a una próxima ocasión. Mientras tanto, volvía a su lugar a recostarse. El esfuerzo había sido suficiente para un dia. Y ahora se encontraba sediento y hambriento, ¿qué comería? Tal vez, algún transeúnte podría darle algo de comer. La limosna no le servía de mucho, no podía ir a buscar comida. Quizás su familia lo había abandonado allí al no poder mantenerlo. Así que tampoco estaban allí para ayudarlo a llegar al estanque.


Pasaban los días y las oportunidades. Él dormía allí, y comía lo que le dieran. De vez en cuando el agua se agitaba y comenzaba el frenesí. Todos querían ser el primero en llegar, y él tuvo que ver como algunos tenían personas que los cargaran y depositaran en el estanque, mientras él sólo conseguía arrastrarse con dificultad. Viendo que no tenía esa clase de ayuda, comenzó a lamentarse de su situación y a sumergirse en la pena propia mientras regresaba a su lugar. Luego escuchaba a alguna persona decir: “pobrecito”, mientras le daban un pedazo de pan. Luego de un par de años lo creyó. Él era un pobre paralítico, que no podía conseguir nada. Se recostaba todos los días en la autocompasión y se alimentaba de la pena de los demás. Se acomodó en esa postura, y si acaso intentaba arrastrarse para salir de su situación, al final nunca llegaba muy lejos, y siempre volvía al mismo lugar.


No somos muy distintos del paralítico. Miramos nuestra condición y nos damos cuenta de que necesitamos un milagro. Entonces intentamos hacer todo lo que podemos dentro de nuestra humanidad, para tener un encuentro con Dios. Nos arrastramos centímetro a centímetro, ganando terreno poco a poco con nuestras oraciones. Sin embargo, si no recibimos lo que esperamos cuando lo pedimos, nos desalentamos y volvemos al punto inicial. Cediendo el poco terreno que habíamos ganado. Luego nos acomodamos en el asiento de la pena propia, y esperamos que alguien nos dé una palabra que nos alimente.


Entonces aparece Jesús, y nos pregunta como al paralítico, ¿Quieres ser sano?”. ¿Olvidaste el fuego de la pasión que te consumía? ¿Olvidaste el milagro que esperabas? ¿Acaso no buscabas algo? Sí, lo intentamos, pero fue tan difícil que nos rendimos. Parecía inútil insistir. Entonces Jesús nos dice: “Levántate.” Levántate de tu miseria, levántate de tu depresión. Deja a un lado la autocompasión, y no dependas de la pena de los demás. Yo no te creé para que vivieras en el polvo. Levántate y asume tu posición.


Y entonces despertamos de nuestro letargo y asumimos la postura correcta. Jesús concede nuestra petición, recordándonos que el milagro no dependía de nuestra condición, sino de Su poder. Y que, sin embargo, pudimos haber hecho más para ser fieles. Si, el milagro le tocaba a Él, pero pudimos hacer más. Más para creer, más para insistir. Más para confiar en Él, y no cederle a Satanás el terreno de nuestra mente. Más, para no volver a atrás cuando debimos seguir caminando. Entonces vemos cuantas veces estuvimos a mitad de camino entre el milagro y nuestra enfermedad, pero decidimos volver en lugar de seguir avanzando. Y desperdiciamos 38 años en el proceso, sólo por ser inconstantes. (Santiago 1:8)


No seamos como los israelitas en el desierto, que cada vez que había un problema querían volver a Egipto. Y al igual que el paralítico perdieron 38 años en el desierto (Deuteronomio 2:14). La inconstancia es el resultado de un corazón contaminado (Santiago 4:8) y en muchas ocasiones es la causa de que no alcancemos la vida que Cristo murió para darnos. Debemos purificar nuestro corazón y renovar nuestra mente (Romanos 12:2) para tener la constancia de Cristo. Entonces estaremos preparados para que Dios nos ayude a ganar la batalla contra nuestra carne, y alcanzar Sus propósitos para nuestra vida. Jesús siempre está atento para ayudarnos cuando nos estancamos como el paralítico. Pero si llevamos cautivo todo pensamiento a Cristo, Él podrá ayudarnos antes de que lleguemos a estancarnos. (2 Corintios 10:4-5)


Ninguna guerra se gana en un dia. Así que no preste atención a los pensamientos de derrota o lástima cada vez que no logra algo cuando quiere. Un error no puede deshacer todo lo que ha hecho en semanas de esfuerzo. Si está intentando leer la Biblia diariamente y no lo logra un dia, no se rinda, continúe. Si el Espíritu está trabajando con usted para que deje un pecado y falla, no se rinda, pida más gracia y continúe. Si está orando por un milagro y nada parece cambiar, no se rinda, continúe. El tiempo pertenece al Señor, pero usted no se rinda, continúe. Siga confiando y creyendo. No vuelva al principio para tener que empezar de nuevo. En lugar de eso, dele gracias a Dios por el terreno ganado y continúe avanzando en la carrera.


No es que ya lo haya alcanzado, ni que ya sea perfecto, sino que sigo adelante, por ver si logro alcanzar aquello para lo cual fui también alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado ya; pero una cosa sí hago: me olvido ciertamente de lo que ha quedado atrás, y me extiendo hacia lo que está adelante; ¡prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús! - Filipenses 3:12-14
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