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  • Foto del escritorCDA Lares

“Llamadme Mara…”


En el libro de Rut vemos como una joven viuda (Rut) hace todo lo que puede para ayudar a su suegra Noemí hasta que un pariente cercano (Booz) la redime y cuida de ambas. Sin embargo, con frecuencia pasamos por alto el papel de Noemí y su actitud en la historia, pero Noemí lidió con un problema que muchos de nosotros pasamos por alto, la amargura.


Noemí salió con su esposo Elimelec de su tierra en Belén rumbo a Moab, porque había hambruna. Una vez allí su esposo murió, y sus hijos se casaron con mujeres moabitas. Pero ellos también murieron, antes de haber tenido hijos.


En aquellos tiempos una mujer no trabajaba, por lo que su esposo, y sus hijos al morir este, debían sostenerla. Una mujer viuda y sin hijos quedaba expuesta a la miseria ya que no tenía forma de mantenerse y debía mendigar para sobrevivir. Así que, a la muerte de sus hijos, Noemí había quedado sola. Sus nueras eran aún jóvenes y podían casarse de nuevo si así lo querían, pero sus nuevos esposos no tenían la obligación de sostener a Noemí. En especial cuando las leyes de Moab probablemente eran distintas de las de Israel.


Ahora en la pobreza, Noemí decide volver a su país pues se entera de que hay abundancia en su tierra, y decide pedirles a sus nueras que se queden en su país. Luego de mucho hablar, Orfa accede, pero no Rut. Rut se niega a abandonar a su suegra a pesar de que esta no tiene nada que ofrecerle, y la acompaña a su tierra. Allí se vuelve su única forma de sustento espigando en los campos para que ambas puedan comer. Al final es redimida por Booz, un pariente de su antiguo suegro y dueño del campo en donde espiga.


Sin embargo, si prestamos atención a la actitud de Noemí notamos que está amargada. Ella en varias ocasiones declara que Dios ha sido duro con ella (al quitarle a su esposo e hijos), y al llegar a su país le pide a la gente que no la llamen por su nombre Noemí (que significa dulzura), sino que la llamen Mara (que significa amargo) porque, dice ella, Dios la ha tratado con amargura. Pero sabemos que es ella quien ha permitido que su dolor la amargue.


Noemí había perdido todo, excepto el favor de Dios; pero su amargura le impedía darse cuenta de esto. Ahora volvía herida a su tierra natal en busca de alimento, pero su amargura le impedía buscar a Dios. Ella lo culpaba por su desgracia y, aunque su cuerpo había vuelto a su tierra, su corazón aún no se volvía a Dios. Su dolor le impedía ver que aquél Dios a quién ella culpaba por su desgracia seguía cuidando de ella. Sus heridas le impedían ver el amor de Dios reflejado en sus nueras, y en su amargura alejó a Orfa como alejamos a Dios cuando estamos heridos.


Pero ninguna de sus insistencias logró apartar a Rut, quien se negó a abandonarla en su dolor en la misma manera que Dios se reúsa a abandonarnos en nuestras heridas. Rut fue el canal que Dios utilizó para cuidar de Noemí, y en todo momento su bendición estuvo sobre ella para poderla redimir y sanarla dándole un futuro que ella nunca esperó debido a su actitud.


Al final vemos que Rut se casa con Booz y tienen un hijo, que viene a ser el nieto de Noemí quién se vuelve su aya. Sin embargo, aun al final no vemos a Noemí dando gracias a Dios por haber tenido misericordia de ella. Sino que son las mujeres del pueblo las que le declaran a Noemí lo bendecida que ha sido por Dios y como Él la ha cuidado y le ha provisto todo lo que ella necesita y como restaurará su alma. (Rut 4:14-15)


Muchas veces nosotros tenemos la misma actitud de Noemí. Pasamos por situaciones difíciles y, si permitimos que nuestra alma se amargue, eso nos impedirá ver las cosas de manera clara. Con frecuencia, culpamos a Dios por nuestro dolor y amargura y nos alejamos de el único que en verdad puede sanar nuestra alma herida y restaurar el gozo que hemos perdido.


También alejamos con nuestro dolor a aquellos que nos aman y quieren cuidar de nosotros, y no podemos ver la mano de Dios actuando a favor de nosotros a pesar de nuestra actitud. Si no tenemos cuidado, ni siquiera podremos disfrutar de las bendiciones y el futuro glorioso que Dios nos tiene reservado, pues nuestros ojos estarán tan enfocados en nuestro pasado que no podremos enfocarnos en las bendiciones del presente, ni tendremos esperanza para el futuro.


Al igual que Rut con Noemí, Dios se negará en todo momento a abandonarnos o a dejar de mostrarnos su favor. Él tiene el poder de sanar cada herida y restaurar nuestra vida. Si tan sólo nos detenemos un momento y corremos hacia Él en lugar de alejarnos, podremos darle la oportunidad de que sane nuestras almas y nos de las bendiciones que ya tiene reservadas para nosotros. No permitamos que la amargura se apodere de nuestros corazones, y en cambio entreguémoslos a Cristo para que los sane. No hay expectativa de una vida prospera si tenemos un corazón lleno de amargura.


Pero si estamos dispuestos a trabajar con nuestro corazón en vez de aferrarnos a nuestro dolor, Dios es capaz de hacer por nosotros aquello que nuestro espíritu le pide a gritos: “quita mi dolor”. Pero Él sólo lo hará si se lo pedimos. Él es todo un caballero, y al igual que Booz no redimió a Rut hasta que ella se lo pidió, de la misma manera Dios no nos obligará a entregarle nuestro dolor. Sólo si se lo pedimos el podrá redimir nuestra alma y sostener nuestra vida.

“Tengan cuidado. No vayan a perderse la gracia de Dios; no dejen brotar ninguna raíz de amargura, pues podría estorbarles y hacer que muchos se contaminen con ella.”- Hebreos 12:15 (RVC)
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