Las palmeras crecen de una manera interesante. A diferencia de los árboles, el tallo de una palmera no se hace más grueso; tampoco desarrolla ramas. En cambio, la palmera crece de manera vertical solamente, produciendo hojas desde la parte alta, o corona. Durante toda su vida, que puede durar varios siglos, las hojas en la parte baja de la corona mueren, mientras que en la parte más alta de la palmera se desarrollan nuevos retoños para reemplazar los que murieron.
De esta manera, soltando las hojas secas de la parte baja, mientras crecen hojas nuevas en la parte alta, la palmera crece. Además, la palmera deja caer las hojas muertas aún antes de que las hojas nuevas hayan crecido. El que haya tenido una palmera en su casa, sabe que esto representa un problema para el dueño, ya que la palmera está constantemente desechando hojas muertas y hay que recoger el patio. Pero lo importante de esto es que, mientras la palmera esté constantemente “muriendo”, también está constantemente creciendo.
Es importante aprender la lección de la palmera en nuestra vida espiritual. No podemos crecer si no soltamos aquello que está muerto, o próximo a morir. Cuando algo ya no da fruto, conservarlo sólo nos quitará energía y estancará nuestro crecimiento. Debemos soltar todo aquello que se nos haya quedado pequeño, con la expectativa de que Dios nos dará algo nuevo y mejor. Sin embargo, necesitamos de la fe para lograrlo; ya que, al igual que la palmera, debemos soltar lo viejo aún antes de haber recibido lo nuevo.
Siempre queremos esperar a tener lo nuevo en nuestras manos para poder soltar lo viejo. Pero en Dios no funciona así, porque entonces no sería fe. Además, no podemos tomar algo nuevo si nuestras manos están ocupadas. Por otro lado, es inusual que una planta tenga crecimiento mientras está en proceso de poda. Durante la poda, la planta debe concentrarse en sus raíces para soportar el proceso; luego puede enfocarse en crecer.
Un ejemplo de esto en la Palabra lo vemos en Rahab; sí, la prostituta. Ella no pertenecía al pueblo de Dios; sin embargo, cuando oyó acerca de Israel y su Dios creyó en Él. (Josué 2) Las historias de cómo Dios había ayudado a los israelitas a conquistar otras ciudades habían llegado a Jericó, y todos tenían miedo, porque los israelitas se dirigían hacia Jericó. Pero Rahab tomó una decisión. Y cuando los espías llegaron, ella los ocultó y los ayudó a escapar, haciéndoles prometer que cuando atacaran la ciudad no le harían daño ni a ella ni a su familia, sino que la recibirían en su pueblo. Rahab soltó todo lo que estaba a punto de morir. Su ciudad, su casa, y aún su identidad; los dejó atrás por creer en un Dios al que nunca había conocido, pero en quién confiaba que le restauraría todo lo que había perdido, dándole una vida nueva.
Al momento de la batalla, Rahab se aferró a su familia y a su fe (sus raíces), hasta que los espías llegaron y la sacaron a ella y a su familia de la ciudad y los llevaron al campamento israelita. Rahab habitó entre el pueblo y llegó a casarse con Salmón, uno de los príncipes de Judá. De su matrimonio nació Booz, quién luego se casó con Ruth la moabita y fue padre de Obed, el abuelo del rey David. Así, Rahab recibió incluso una nueva identidad; pues de prostituta de una ciudad pagana pasó a formar parte de la genealogía de Jesús, e incluso es mencionada como heroína de la fe en Hebreos 11 (V.31). Todo porque creyó y estuvo dispuesta a soltar su pasado.
De la misma manera, Dios puede darte una vida nueva, si estás dispuesto a soltar lo viejo. Al igual que la palmera crece sin límites, simplemente desecha constantemente aquello que no da fruto con la expectativa de crecer. Si puedes creerle a Dios para soltar todo lo viejo, aun cuando todavía no veas lo que Él te dará, siempre crecerás. Haz espacio para las cosas nuevas que vendrán y sigue creciendo, porque no sabes hasta qué alturas te lleve Dios.
“El justo florecerá como la palmera, crecerá como cedro en el Líbano”- Salmos 92:12
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