
Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo.- Apocalipsis 3:20 (RVR-95)
El puertorriqueño tiene unas costumbres muy interesantes. Cuando viene un invitado a la casa a comer, todo es distinto. Se saca la mejor vajilla, y los vasos de cristal, esos que están guardados y nunca se usan porque son para visitas. Ese mantel que nunca se pone, hoy se lava, se plancha y se pone. La comida tampoco es normal. Aunque nunca se cocine en la casa, ese día se cocina gourmet (y oramos que el arroz no se nos queme). Tenemos variedad de bebidas para ofrecer porque no sabemos cuál va a querer la visita, aunque todos los días bebamos agua. Y ese día se compra postre, aunque estemos a dieta. El boricua es único cuando hay un invitado de honor.
Sin embargo, es triste pensar que en el día a día nos olvidamos del invitado más importante. ¿Cuándo fue la última vez que te sentaste a comer con Jesús? Con frecuencia no sólo no sacamos nuestras mejores galas para El, sino que muchas veces ni siquiera le enviamos una invitación. En las redes sociales hay muchos comentarios y opiniones, además de anécdotas, acerca de las reuniones familiares. En especial lo que implica sentarse a la mesa. Algunos se quejan de los chismes, otros comentan las disputas familiares, y otros tienen miedo a ser juzgados. El consenso general es que nadie quiere estar a la mesa en estas reuniones. Parece que la discordia, los celos, la envidia y el chisme si son invitados habituales en nuestra mesa. Pero pocos piensan en invitar a Jesús.
La Palabra nos dice que Jesús espera en la puerta, como todo un caballero, a que lo invitemos a sentarse. Con sus mejores galas y totalmente dispuesto a transformar nuestra hora de la cena. No hay invitado más educado y distinguido que él, pero tampoco uno menos exigente. Él no pide mantelería fina, tampoco vasos o vajillas de colección. No le importa lo sofisticado del menú, ni la selección de bebidas. Él sólo quiere un lugar en la mesa, y que estemos dispuestos a recibirlo. De hecho, la provisión corre por su cuenta. Él está dispuesto a pagarlo todo sólo por comer con nosotros. Ya lo ha pagado todo. ¿Aceptas recibirlo en tu mesa?
Verdad de la Semana:
Jesús espera tu invitación.
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