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El año pasado vivimos el paso del sistema atmosférico Fiona. La mayor parte de la isla estaba a obscuras. Mientras prendíamos velas para poder jugar los juegos de mesa, llega este mensaje a mi corazón. En esta temporada todos hemos cargado en nuestras manos una vela y esta ha sido mi revelación. Todos hemos comparado al Espíritu Santo con una llama. Pero, ¿que pasa cuando hemos caminado con una vela gracias al huracán Fiona y los miedos a la obscuridad de nuestros hijos? Tenemos cierto cuidado. Incluso ponemos la mano como escudo para que el viento no la apague. No la ponemos cerca de la ventana, ni la ponemos cerca de cosas flamables. Tampoco la ponemos sobre plástico. ¿Por qué? Porque la cuidamos, pues es nuestra única fuente de luz en medio de la oscuridad.
Así mismo es la presencia del Espíritu Santo. Debemos tener en cuenta cómo caminamos, cómo le hablamos a otros, a dónde vamos, qué escuchamos, a qué le damos nuestra atención, de qué nos reímos, qué consumimos, y qué no hacemos pudiendo hacerlo. El Espíritu Santo es nuestra esperanza.
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley- Gálatas 5:22-23
Si te es posible, y con mucha precaución, intenten caminar de un extremo a otro de la casa con una vela prendida en la mano. Hagan lo posible para que no se apague. Luego reflexionen en familia qué cosas son las que pueden apagar el resplandor de Cristo en nuestra casa, iglesia, escuela, trabajo entre otros. ¿Cómo podemos cuidar este resplandor?
Te invito a que vivas consciente de esta llama que es el reflejo a otros para ver el camino que deben transitar. Sube al encuentro con Dios y no ocultes ni dejes apagar la luz que El ha puesto en ti y en los tuyos. Sé luz para que nadie camine a obscuras y reconoce que no brillamos por nosotros mismos, sino su gracia reflejada en nosotros cada día.
Verdad de la Semana:
Que tu luz no se apague.