CDA Lares
IGLECASA 25-AGOSTO-2020

“Sé Sano”
Hasta cierto punto podemos comprender los sentimientos que tuvieron que haber agitado el corazón de Jesús a la vista de esta multitud de enfermos. ¡Cuánto ha dañado el pecado la imagen de Dios en el hombre! Pero entre todos los enfermos había uno por el que Jesús se interesó de manera especial. Se trataba de un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba sufriendo mientras esperaba una sanidad que nunca llegaba. Bien podríamos decir que era un caso extremo entre toda aquella multitud. Después de tanto esperar, y viéndose cada vez más viejo e incapacitado, el hombre había llegado a perder toda esperanza de ser sanado.
Cuando Jesús inició la conversación con él, lo primero que le dijo nos puede parecer algo ridículo: "¿Quieres ser sano?". Pero nunca hay nada absurdo en lo que el Señor hace. Porque, aunque nos pueda parecer extraño, hay muchas personas que están enfermas y prefieren continuar en su estado. Pero más sorprendente es la respuesta del paralítico: “Señor, no tengo quién me meta en el estanque.” Cualquier persona pensaría que el paralítico le respondería a Jesús que sí, pero el procedió a explicarle a Jesús lo difícil que era su proceso de sanidad.
Nosotros somos iguales, cuando Dios quiere sanarnos nos resistimos, pensamos en lo complicado del proceso humanamente y olvidamos que para Dios sólo hace falta una palabra. Con frecuencia, cuando Dios quiere trabajar en nuestro corazón, le respondemos más o menos así:
–“Quiero sanar tu corazón.” –“Señor, pero está muy roto.”
–“Déjame sacar esas raíces de amargura.” –“No, es muy doloroso, ya estoy acostumbrado.”
–“Perdona para que seas liberado.” –“No puedo, es muy difícil.”
En nuestra humanidad el proceso sería largo y difícil, pero para Dios no es así, es nuestra resistencia al proceso lo que lo hace difícil. Para Dios es tan sencillo como decir: “Sé sano.” Eso es todo; pero el paralítico no podía verlo. Después de tantos años de perseverar sin descanso en lo que no solucionaba su problema, había llegado a darse por vencido. Pero lo más grave de su estado era que cuando Jesús se presentó ante él, su frustración le impedía darse cuenta de que tenía delante de sí la verdadera solución a su situación. Si Jesús lo hubiera sanado siguiendo los procesos humanos, habría tenido que cargarlo hasta el estanque y esperar que el agua fuera removida para soltarlo en el agua. Habría sido largo, habría sido difícil, pero además, para Jesús era totalmente innecesario. Él no opera como nosotros.
Jesús se dirigió al paralítico para mostrarle que, a pesar de tantos fracasos, no todo estaba perdido, porque él mismo tenía más poder que ningún ángel o que cualquier agua milagrosa y era capaz de sanarlo con una sola palabra. De esta manera Jesús se presentó ante el paralítico como el amigo que todos nosotros necesitamos y que muchas veces hemos echado de menos. Él siempre se ha interesado por nuestros problemas, hasta el punto de hacerlos suyos, y nunca desatiende ni desprecia a nadie que se acerca a él.
El Señor le mandó tres cosas que eran completamente imposibles para un paralítico: "Levántate, toma tu lecho y anda". El hombre percibió tal autoridad y poder en las palabras de Jesús, que confió y obedeció lo que el Señor le mandaba. Y entonces fue cuando descubrió que cuando el Señor manda algo, también da las fuerzas y la capacidad necesarias para llevarlo a cabo. Y así, "al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo". Tenemos que entender que Dios nos puede sanar de cualquier dolencia física, espiritual, o emocional; pero está en nosotros dejar que Él lo haga.
Verdad de la Semana:
“Recibe la sanidad.”